11.03.2009

Las Causas de la Violencia

Causas de la violencia

Oscar A. Fernández O. (*)

La causa inevitable de la violencia es la conclusión de un tipo de paz precaria, sin progreso de la justicia

SAN SALVADOR - En el espacio de hoy, sin la pretensión de presentar una visión intelectualista e inaccesible del problema de la violencia y sus causas, trataremos de hacer  para nuestros lectores, un enfoque desde la sociología y la politología explicando a grandes rasgos por cuestiones de espacio, que hay en las raíces de tan complejo fenómeno que nos agobia.

La violencia sigue siendo objeto de la búsqueda filosófica, como toda interrogación sin respuesta definitiva referente a la condición humana. Sin embargo a estas alturas no nos cabe duda de que la violencia es el empleo ilegítimo o por lo menos ilegal de la fuerza y que ésta convicción sólo aparece con el progreso del espíritu democrático de los pueblos y sus liderazgos. Se trata de un fenómeno contrario a la libertad, la igualdad y la tranquilidad, que debe ser combatido.


Sin embargo, no deja de ser una conducta humana, no animal, muchas veces el último recurso contra la misma violencia. Lo que se llama hoy la violencia –como si sólo existiera una- la que surge en la más viva actualidad de los medios de comunicación social, es casi siempre la del impugnador, la del "desesperado", la del excluido y olvidado, la del que ya perdió la esperanza. Por lo general ésta se evoca fuera de todo contexto que pudiera tender si no a justificarla, por lo menos a explicarla.


En la mayoría de países dónde por la imposición de un modelo económico en el cual las grandes mayorías no participan de sus beneficios, encontramos formas de violencia que se han extendido al grado de penetrar los cimientos de la cultura tradicional y sobreentenderse en la vida cotidiana. Cuando los lazos de unión se disuelven a causa de la lucha por la sobrevivencia, la ausencia de solidaridad se compensa con subordinación y conformismo.

Es la violencia silenciosa producto de la estructura social que se traduce en hambre, humillación, enfermedad y desesperanza y se refleja en los datos de baja calidad de vida, mortalidad infantil, frecuencia de las epidemias, desnutrición en fin, en el acoso de todos los temores.


Esa violencia de la que nos habla la prensa, la radio, la TV y las estadísticas, muchas veces no es sino una respuesta de descontentos a manera de represalia, contra una violencia previa cometida por estos medios de comunicación al servicio de los poderosos, más susceptible pero tan profunda como insidiosa, porque se encarna en una institución con "ética" social. En otras palabras, lo que presenciamos es una violencia instintiva de los marginados, que responde a la violencia profesional la practicada por un régimen, que con sus excesos, abusos y omisiones, se muestra opresivo y excluyente.


A partir de una violencia inicial, como la tipifica el Obispo Helder Cámara, que es la injusticia, es que se crea la "espiral de violencia". Lo hemos analizado en anteriores artículos. Es un círculo infernal en el que una violencia acarrea otra. Varios filósofos y expertos técnicos en esta materia, indican bien cómo y cuándo se sufre la violencia de un orden dominante y dominador, que llega a ser autoritario y hasta tiránico, parece inevitable una respuesta organizada o no a esa violencia.


La causa inevitable de la violencia es la conclusión de un tipo de paz precaria que no corresponde solamente a la ausencia de un conflicto armado o de la comisión de homicidios y violaciones, sin progreso de la justicia, o peor aún, una paz fundada en la injusticia y en la violación de los derechos humanos.

Repetidas resoluciones de organismos internacionales como la UNESCO, la ONU entre otras, establecen en general que la paz no puede consistir solamente en la ausencia de conflictos armados y agresiones, sino que entraña principalmente un proceso de progreso, de justicia, de respeto mutuo y de solidaridad entre los seres humanos y sus Estados. Esta definición establece pues que la paz fundada en la injusticia y la violación de los derechos humanos no puede ser duradera y lleva inevitablemente a la violencia.


Partiendo de lo anterior, podemos establecer una definición normativa de no violencia y de justicia. Es evidente que si las violaciones de los derechos humanos se consideran universalmente como violencia, el interés de nuestra definición reside en que se confiere a la violación de los derechos humanos la cualidad de violencia primera en un encadenamiento de causalidades que causan efectos de retroacción. Por eso resulta contradictorio con la tradicional "razón de Estado" y a la vez permite reivindicar plenamente el derecho de resistencia beligerante contra la opresión.


Una reflexión científica sobre la violencia creo que no puede separarse de la consideración de su contexto, los medios, las circunstancias y de los fines. Separar las modalidades de violencia para estudiarlas en su medio y en sus propias características es un menester insoslayable de las autoridades, lo que en un documento recientemente publicado llamamos la necesidad de re-conceptualizar el problema y colocarlo en su verdadera dimensión para darle respuestas acertadas, diferenciadas y a la vez complementarias.


No es lo mismo la violencia contestataria de una juventud estigmatizada y marginada, a la que se le ejerce violencia desde todos los ángulos, como una respuesta simplista y fácil a un problema complejo de profundas raíces sociales, que los actos delictivos que propicia el verdadero crimen organizado (narcotráfico, lavado de dinero, contrabando y corrupción) enquistado en las esferas del poder tradicional.


No olvidemos que la violencia posee una fecundidad propia, se engendra a sí misma. Hay que analizarla siempre en serie, como una red. Sus formas aparentemente más atroces y a veces mucho más condenables, ocultan ordinariamente otras situaciones de violencia, más brutales y menos escandalosas por encontrarse prolongadas en el tiempo, como parte "de un sistema" o de un orden de cosas que se asume como normal, protegidas por ideologías o instituciones de apariencia respetable. La violencia de los individuos y la de sectores sociales, debe ponerse en relación con la violencia de los Estados. La violencia de los conflictos con la violencia de los órdenes establecidos.


Negarse a las condenas abstractas, aceptar la ambigüedad de la violencia es un primer paso, pero hay que ir más lejos. Precisamente porque debemos enfrentarnos con la violencia en sí, si no con una forma particular de violencia, hay que interrogarse sobre la forma en que la violencia nos ataca y buscar en consecuencia los métodos propios para detenerla.

(*) Politólogo y columnista de ContraPunto

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