11.03.2009

Tradiciones salvadoreñas

Tradiciones salvadoreñas resucitarán en libro
Jueves, 29 de Octubre de 2009 17:27 Larissa Orellana

 

Por Larissa Orellana

 

La Fundación para el Desarrollo Educativo Morazán en Acción (FUNDEMAC) busca rescatar las tradiciones salvadoreñas, y para ello prepara la publicación del libro «Rostros y Rastros de Chilanga», que será presentado a finales de año en el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI).

 

La primera edición constará de mil ejemplares. Será destinada a las escuelas del departamento de Morazán, ya que el propósito del proyecto es convertirse en un recurso educativo, pero también inmortalizar la memoria del pueblo, dando a los ancianos y ancianas un espacio para compartir acerca de cuentos, leyendas y danzas típicas de las comunidades donde crecieron.

 

Desde ya los promotores  hablan de una segunda edición para la venta.

 

La elaboración del libro ha implicado más que un trabajo de investigación, una verdadera convivencia con los pobladores del área rural y urbana del municipio de Chilanga (ubicado en Morazán) con el fin de impregnarse de su patrimonio cultural, valorarlo y facilitar su extensión de una generación a otra.

 

“Rostros y Rastros de Chilanga” es un título claro y contundente.

 

La palabra rostros nos envía a lo inmediato, a todo aquello que permanece al frente. La palabra rastros hace referencia a huellas que han sido dejadas. ¿Cómo pueden los cuentos, leyendas y danzas de un mismo lugar ser dos cosas diferentes?

 

Dice Ignacio Martínez, cuya edad es 94 años:

 

“Mi historia es que en 1946 rescaté la Danza de la Yegüita de Chilanga, porque

el que la mantenía era bien ancianito. Vivía en un rancho de paja y no sé cómo,

prendieron fuego las cosas que se ocupaban para la Danza, y se quemaron todos los

garrotes, el tambor, el pito. Todo fue pasto de las llamas.

Vine yo y ví que no había nada de la Danza, que se iba a acabar para siempre”.

 

Estas tradiciones que nacieron hace tantos años, como es el caso de la Danza de la Yegüita, son imágenes de la historia de un pueblo, pero también una parte importante de su rostro. Las manifestaciones artísticas son las ideas, los sueños, los temores y creencias puestos en escena. Si bien, con el paso del tiempo han cambiado muchas costumbres, hay una esencia que se conserva y que es un lazo uniendo a jóvenes y ancianos.

 

Mantener con vida una danza es más que presentar un espectáculo en ciertas fechas, es no permitir que en medio de usos traídos de afuera se borre el alma de nuestra historia.

 

Así pues, “Rostros y Rastros de Chilanga”, escrito con sencillez y sin dobleces, es un compendio de paisajes culturales, fiel a los testimonios que evidencian el enfrentamiento de un pueblo ante lo desconocido, el mundo de la oscuridad; el regreso a su fe en situaciones críticas y la presentación de personajes que aparecen como consecuencias vivas de la imprudencia o las malas acciones.

Es su forma de no olvidar valores de respeto hacia los mayores, generosidad y lealtad.

 

A continuación un fragmento.

 

Le voy a contar los cuentos del Chapulín. Eso fue terrible y comenzó hace muchos pero muchísimos años. Yo estaba chiquito cuando atacó la plaga. Nos llevaban por todas esas lomas a espantar al Chapulín, que se comía las milpas, las sandías…

 

Eso abarcó a todo El Salvador. Encendíamos fogones para proteger las milpas, pero los chapulines cubrían el sol. Nada más hacían un remolino y ponían el huevo. A los días salían montones de chapulines, que se iban criando.

 

La gente de antes decía que toda esta tragedia fue por una maldición, por culpa de una mala hija, "la mezquina". Pues era una hija rica que tenía los graneros repletos, entonces llegó su madre y le dijo:

 

 −Hija, dame algo de comer.

 

La hija mezquina le contestó: -No tengo nada que darte. Y ordenó a los mozos que la echaran de la casa. Hasta le soltaron los chuchos.

Entonces la madre se volteó y la maldijo: −¡Qué en chapulín se te convierta todo!

 

En ese momento comenzó a salir una barbaridad de chapulines, que taparon el sol y se comieron hasta la casa, y a la mezquina también. Esa fue la causa y el efecto.

 

En esta historia se pone en relieve la autoridad de los padres como defensores de las virtudes.

 

Más que para saciar el hambre, la madre hizo su aparición para medir la bondad de la muchacha, o su egoísmo.

 

Lo que predomina es lo segundo, un antivalor representado por la plaga de chapulines que no dejan pasar la luz del sol y acaban con los alimentos, símbolos de vida, de fruto del trabajo en conjunto. Porque al faltar el desprendimiento de lo material, los bienes ya no son algo que dar sino una frontera que separa a las personas según lo que poseen.

 

La mezquindad es un insecto que se traga la dulzura de una sandía y a cambio siembra un remolino de muerte.

 

Esta y otras historias serán parte de “Rostros y Rastros de Chilanga”. Testimonios con rostro salvadoreño, rescatados para las nuevas generaciones y las actuales que desconocen de nuestra riqueza cultural.

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