2.15.2010

El pensamiento necesario

El pensamiento necesario

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

El último lunes llegó a los congresistas un abultado volumen con las especificaciones del presupuesto para el próximo año fiscal de la administración Obama. Howard Zinn no llegó a saberlo. Murió pocos días antes. Pero no fue difícil suponer cuál hubiera sido la reacción del recién desaparecido intelectual norteamericano. De una parte apreciaría, aunque sin demasiado entusiasmo, las propuestas para generar nuevos empleos en pequeñas y medianas empresas. De otra, ante la persistencia de pantagruélicas cifras para gastos militares y de inteligencia, verificaría lo que desde hace un año venía anticipando: que el nuevo Presidente solo lo era en términos de recambio para que el establishment permaneciera inalterable.

Bastaba observar y conversar unas horas con Zinn, como lo hicimos hace pocos años en La Habana, para darnos cuenta de la coherencia entre obra y actos. Poseía sólidos argumentos éticos y contaba con los conocimientos necesarios para defender la idea de unos Estados Unidos diferentes a los que se presentaban ante los ojos del mundo y de los propios norteamericanos: arrogantes, avasalladores, hegemónicos. Su palabra, como su escritura, no era apocalíptica ni panfletaria, sino apasionadamente lúcida y reflexiva. Creía que Estados Unidos podía ser un gran país, cuando dejara atrás la megalomanía del mal sueño americano.

Con esa convicción escribió La otra historia de Estados Unidos. Nada que ver con los mitos del nacimiento de una nación. En sus páginas respiran los pobladores aborígenes exterminados y luego constreñidos a las reservas, los horrores de la esclavitud, la proletarización de las grandes ciudades, los desertores de la conquista de los territorios mexicanos, las batallas de las feministas, el clamor de las ideas pacifistas ante los conflictos bélicos globales de la primera mitad del siglo XX, la insubordinación civil en los años de la agresión a Vietnam y la rebelión de las cárceles.

Y para ser consecuente con esa mirada de la historia se hizo presente, modesta pero decididamente, en varios frentes cívicos. Participó en manifestaciones contra el racismo, apoyó a los que se negaron a servir como carne de cañón en Indochina y tuvo una intervención destacada en la campaña que en pleno auge del reaganismo se opuso al reclutamiento de talentos universitarios para la CIA.

Más allá de su país defendió la soberanía de otros pueblos, como lo hizo con el nuestro para promover la necesidad de poner fin al bloqueo y pronunciarse por la libertad de los Cinco luchadores antiterroristas injustamente condenados en EE.UU.

Tras la caída del muro de Berlín, mientras el imperio proclamaba el fin de la Historia y el triunfo del pensamiento único, nadó contracorriente, al reivindicar la validez de las ideas marxistas. Para que su mensaje trascendiera los marcos de la academia, apeló a un recurso expresivo que dominaba: la literatura dramática. Escribió Marx en el Soho, pieza representada en diversos espacios de Estados Unidos y el mundo. Entre nosotros fue memorable la interpretación del actor Michaelis Cue, que mereció el elogio del propio autor. En ese viaje a La Habana explicó los motivos que lo indujeron a acometer esa empresa: "Traté de decirle al público estadounidense: Marx no está muerto y lo voy a probar, trayéndolo de regreso a un escenario. Desde allí le enseñaría al público estadounidense lo que realmente era el marxismo. Él mismo, Marx, le explicaría la diferencia entre estalinismo y marxismo. Le recordaría al público en qué consiste la crítica marxista al capitalismo. Demostraría que esas ideas tienen que ver mucho con los EE.UU. de la actualidad. En otras palabras, que la crítica marxista al capitalismo todavía es exacta y actual".

Las aventuras bélicas en Afganistán e Iraq originaron en él un profundo pensamiento de repulsa: "Si una acción inevitablemente matará a personas inocentes, es tan inmoral como un atentado deliberado contra civiles. (¼ ) Si reaccionar por medio de la guerra contra los atentados terroristas es indefectiblemente inmoral, entonces debemos buscar otros medios que no sean la guerra para acabar con el terrorismo, incluyendo el terrorismo de la guerra. Y si la represalia militar por el terrorismo no solo es inmoral, sino también inútil, entonces los dirigentes políticos, por más fríos que sean sus cálculos, tendrían que reconsiderar sus políticas".

Es casi seguro que estas frases las haya desconocido George W. Bush, célebre, entre tantas cosas, por su divorcio con la lectura. Pero no estaría mal que alguien se las recordara a Obama y a los halcones que lo rodean en el Pentágono, Langley y los cuarteles del Departamento de Seguridad de la Patria. Sabrían entonces que el pensamiento de norteamericanos como Howard Zinn no solo es necesario, sino imprescindible, para que Estados Unidos se salve de sí mismo.

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