2.23.2010

Martínez, liberación, teosofía y democracia

Martínez, liberación, teosofía y democracia (1934)
Lunes, 08 Febrero 2010 Rafael Lara-Martínez

Por Rafael Lara-Martínez

 

DESDE COMALA SIEMPRE… El 29 de agosto de 1934, el general Maximiliano Hernández Martínez depuso la presidencia de El Salvador.  Se la otorgó al "Primer Designado señor general don Andrés Ignacio Menéndez", quien la conservaría hasta el 1 de marzo de 1935 (La República, Año II, No. 511).  Dicha deposición no la presentó por cuenta propia.  Su decisión prosiguió el "llamamiento que sus amigos y correligionarios le hicieran para que acepte los trabajos políticos" los cuales lo conducirían a una nueva "Presidencia de la República durante el período constitucional 1935-1939".  De esta manera, su cargo se sometería a una dura prueba democrática y electoral —aun si como candidato único— el 13-15 de enero del año próximo. 

 

Durante cinco meses, este acto de cesantía podría juzgarse de argucia del propio Martínez para legitimar su mandato durante otro período.  Tanto es así que libros recientes, bien documentados, evitan toda alusión directa a esos meses para presuponer de manera tajante que "el general sobrevivió los retos tremendos a su régimen durante los primeros meses y se mantuvo en el poder hasta 1944" (Lindo/Ching/Lara, Recordando 1932, Flacso, 2010: 103).  La compleja red de apoyos intelectuales que legitimaría un largo gobierno quedaría fuera del análisis.  Libremente se conjeturaría que el terror se impuso a toda colaboración directa de la intelligentsia nacional. 

 

No obstante, la documentación primaria del régimen del propio general Martínez desmentiría dicha presuposición al anotar entre sus asiduos colaboradores a artistas y escritores, consagrados en clásicos de la identidad nacional.  A casi todas los cómplices de la "política de la cultura" de Martínez la actualidad anhela eximirlos para retomar su legado artístico como nuevo ideario de nación.  El siglo XXI propondría una nueva política de izquierda que, parcialmente, se sustentaría de la cultura oficial del martinato.  De otra manera, el presente se quedaría huérfano, sin referente histórico que guíe sus pasos. 

 

Este absoluto desarraigo lo había vivido Roque Dalton quien, desde el "caos" inicial de su compromiso, declaraba que "se vayan mucho al infierno todos los gerifaltes de las generaciones anteriores [ya que] uno no magnifica la cultura nacional […] ¿A imagen de quien voy a convertirme en un poeta [del siglo XXI]?" (Pobrecito poeta, 1976: 150, 164 y 184).  Si todas esas figuras fueron cómplices de Martínez —incluso "Pedro […] el poeta del 32" (178) sólo se atrevió a denunciar los eventos, desde lejanía geográfica, México, y temporal, dos años después— no habría referente histórico al cual asirse.

 

Ante una orfandad sin raíces, ante la Nada, la tentación actual por mitificar supera todo rigor historiográfico que exigiría demostrar con documentos de la época una realidad histórica que no se amoldaría a "los vegetales creciendo como nuestros deseos", según expresión lezameana.  Entre esa vegetación reacia a acomodarse a nuestra ilusión del pasado brota labor de grupos teosóficos y de etno-musicología indígena que se desarrolló en el segundo semestre de 1934, luego de la renuncia de Martínez al poder.  Si en verdad los acontecimientos más connotados de esos meses, de septiembre/1934 a enero/1935, elaboraron  "simulacros" de elección presidencial, habría que interrogar la participación activa de la metafísica y de las artes en esa campaña "democrática" (el concepto de artes como ingenio aplicado lo especifica la Exposición Industrial, marzo-mayo/1935, en la cual la pintura (Salarrué, Luis Alfredo Cáceres, Alberto Imery, etc.) aparece junto a "licores, labores de mano, flores y bordados, sastrería, productos químicos y laboratorios, imprenta y encuadernación", etc., Año III, No 694, 10/abril/1935).  Todo evento de las artes denotaría muestra patente de "libertad de pensamiento", como lo justificaba la misma publicación gubernamental —La República.  Suplemento del Diario Oficial— por la cual se incitaría a votar, de manera libre por el mejor candidato.

II

A continuación se relatan apoyo de grupos teosóficos a campaña electoral de Martínez —presidido por Salarrué— y rescate de lo indígena bajo la batuta masferreriana de María Mendoza de Baratta.  Podría admitirse que el primer escritor —el más destacado de la primera mitad del siglo XX— denunció el etnocidio de 1932, según sospecha de la historia oficial en boga.  Pero, de inmediato, su censura de la matanza se tradujo en sustento cultural del general Martínez. 

 

Igualmente, Baratta recobró folclor, música y danza indígenas, al igual que defendió el voto femenino.  Pero, de nuevo, esta loable labor refrendó la misma política del martinato, la única que se ofrecía en superación razonable de "este tiempo crítico que la humanidad atraviesa" (Año II, No. 520, 8/septiembre/1934: 4).  Contenidos que el siglo XXI juzgaría de liberadores, La República los anticipó al calificarlos con el mismo adjetivo redentor. Esos significantes de la teosofía, del indigenismo, etc. fundaban los pilares ideológicos del segundo mandato del general Martínez.

III

Luego de la renuncia a la presidencia, la noticia inmediata más relevante anunció "la completa liberación del campesinado" salvadoreño (véase ilustración).  La obra de "Mejoramiento Social" comprendía una diversidad de rubros.  La iniciaba una reforma agraria que reservaría pequeñas parcelas inalienables por un período de treinta y siete años, de 1932 hasta 1959.  Además, se aseguraba «la institución del "Bien de Familia", el "Huerto Familiar Campesino", la "Quinina del Estado", el "Patronato Médico Escolar", el "Botiquín Ambulante", "El Médico del Pueblo", el acrecentamiento de la Escuela Rural"», etc. (Año II, No. 520, 8/septiembre/1934). 

 

El cumplimiento de la "justicia" se revestía de un sentido puramente espiritual el cual le concedía al quehacer material del gobierno una dimensión metafísica trascendental, más allá de toda política en el reino corporal de este mundo.  En el mismo número en el cual se publicó ese llamado a la "adjudicación de tierras" —a la "unidad nacional" de todos los sectores por un fin noble— apareció noticia sobre posible "visita de Krishnamurti" al país" (véase ilustración). 

 

Los eventos políticos y espirituales que el siglo XXI escindiría, los contemporáneos de Martínez, candidato oficial, los reunían en unidad indisoluble.  Idéntico concepto de "liberar/liberación" se aplicaba al quehacer político de apoyo al campesinado que a la labor que efectuaba Krishnamurti por la "mente humana".  La emancipación significaba un esfuerzo paralelo por alcanzar una verdad espiritual, una revolución anímica y personal. 

 

A una semana de la deposición del poder, la alusión al despegue de campaña electoral no podría ser más obvia.  En el candidato único se conjugarían la utopía por proteger al campesino, al igual que por libertar espiritualmente a "los países de Indoamérica" (nótese el uso oficial de términos indigenistas).  Si el manejo de los asuntos materiales queda pendiente para que lo resuelvan historiadores sociales, en consonancia teosófica con el gobierno, asentamos que la dirección mental la presidía Salarrué (véase ilustración).  A letras y artes les correspondería liderar la apertura del espíritu hacia dimensiones insospechadas por el presente: viajes astrales a lo desconocido; emancipación del espíritu.  La composición del "Comité provisional" por la visita de Krishnamurti revelaba la estrecha relación entre disciplinas artísticas, teosofía y esferas gubernamentales. 

 

Sus "nombres damos a continuación: Presidente, Salarrué; Secretario, Jorge Ramírez; Tesorero, Hugo Rinker; Colaboradores Activos, Jacinto Castellanos Rivas, Mélida Palacios, Francisco Morán, Enrique Lardé, José Mejía Vides, Salvador Escobar, Humberto Mejía Vides, Juana de Soriano, Juan Miguel Contreras, Nazario Soriano y Roberto Augsburg".  Si lectores letrados actuales reconocerían nombre propio del mayor exponente de la literatura nacional, Salarrué, y de la pintura indigenista, Mejía Vides, por la misma publicación se identificarían personajes olvidados como miembros del Comité de censura del martinato, entre ellos, Rinker. 

 

Existían correlaciones estrechas entre reforma agraria, campaña electoral, promoción de "bibliotecas públicas", "estímulo a la producción bibliográfica nacional" como literatura teosófica y regionalista de Salarrué, plástica indigenista de Mejía Vides, al igual que censura publicitaria durante el martinato.  Sin saberlo, quizás, Krishnamurti sería la figura de renombre mundial que propulsaría la política de una nación "indo-centro-americana" a su reconocimiento internacional.  Impulsaría a la institución de un nuevo período democrático de 1935-1939…

IV

Hacia finales de diciembre, dos semanas antes de las elecciones, La República ofrece el artículo "Evolución de la música indígena en Centro América" (Año III, Nos. 607-608, 26-27/diciembre/1934).  Se trata de una entrevista a María Mendoza de Baratta que realizó Miguel Ángel Espino.  De nuevo, sus investigación demostrarían el tesón nacionalista, independentista, que promovían las esferas oficiales en su proyecto de liberación política nacional y espiritual (véase ilustración). 

 

Baratta fundó "los cimientos de un arte autóctono" que realzarían "nuestro sentimiento autonomista".  Desde 1933, su ejecución solemnizaba la celebración anual cada "Día del Indio" en la capital salvadoreña.  El "estudio y defensa de la música indígena" completaría el panorama que había inaugurado la arqueología al "leer jeroglíficos" y "realización de poemas".  "Por una relación invisible" para la actualidad, "por un hilo casi mágico" olvidado, el "resurgimiento de ese folklorismo musical" colmaría el ideal nacionalista y teosófico por refundar el país, al igual que por reelegir al mejor candidato, al general Maximiliano Hernández Martínez durante el período de 1935-1939. 

El éxito de esos apoyos espirituales a la nación no sólo lo resumían "las jornadas cívicas" de mediados de enero, ni "el código político moral del ilustre candidato triunfante" quien impulsaría "instrucción", "protección a las actividades artísticas", "plan de mejoramiento social", etc.  También lo haría patente "el acontecimiento histórico más rumboso de estos tiempos": "la transmisión del Poder Supremo del Estado", de forma democrática y pacífica.  Al traspaso de poder "concurrieron […] altos dignatarios", "diplomáticos", etc., para recibir "bendición episcopal", antes de que se iniciaran "grandes festejos, alboradas y bailes populares en todos los parques de la capital" (Año II, Nos. 662-663, 4-5/marzo/1935; se anota presencia de Max P. Brannon como alto dignatario). 

 

Ante ojos eufóricos, la democracia salvadoreña había obtenido un triunfo galante que auguraba una pronta emancipación nacional.  En ese momento "feéricamente iluminado", en ese instante de "alborada pirotécnica", recatados, los intelectuales se retiraron satisfechos a su morada, ya que "la bula y agitación" populares que duraron hasta la madrugada, enturbiarían su labor de concentración artística pura.

V

A la hora actual, la cuestión central no sólo indagaría razones que impulsaron a escritores y artistas clásicos a apoyar una larga presidencia.  En fidelidad a un concepto olvidado de "liberación", mental y material, la legitimaron electoralmente por su obra espiritual.  Quizás su idea de emancipación quedará por siempre sepultada, irreconocida por el presente, ya que se diferencia demasiado del nuestro.  Quizás…

 

En cambio, el dilema medular radicaría en preguntarse por las maneras en que el legado cultural de una presidencia que se impugna se renueva resquebrajado en el presente.  Por paradoja re-volucionaria contenidos indigenistas, teosóficos, astrales que favorecían el martinato, el siglo XXI anhelaría percibirlos en pugna al régimen político que sustentaban. 

 

Anhelaría apropiarse de significados pretéritos para revivirlos en un presente que se pretende distinto.  En eterna repetición cultural del martinato, la democracia expresaría su nostalgia por una época que muchos calificarían de dictadura pero, en refutación, remachan su proyecto "emancipador" de nación.  Pocos admitirían que esas jornadas de enero/1935 influenciadas por arte y literatura, teosofía e indigenismo, se celebraron como pilar democrático y "liberador" de la nación.

 

"Martínez, liberación, teosofía y democracia" no exigiría lo imposible, visualizar el pasado en sí mismo.  Reclamaría que documentación primaria guíen visiones más integrales y coherentes, las cuales no desgajen producción cultural, espiritual, de su contexto político inmediato.  Una noción marginada de "liberar/emancipar" demandaba la unión compleja de lo artístico y lo político, lo espiritual y terrenal, a la época bajo mandatos específicos que estipulaba La República: Martínez, Salarrué, Baratta…, unidos en "pro-patria" bajo creencias teosóficas e indigenistas.

 

Rafael Lara-Martínez. Tecnológico de Nuevo México. Salvadoreño, académico. Columnista de ContraPunto.

 

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"This is what we are about: We plant the seeds that will one day grow. We water seeds already planted, knowing that they hold future promise. We lay foundations that will need further development. We provide yeast that produces effects far beyond our capabilities."
- Archbishop Oscar Romero

1 comment:

  1. Sr. Lara:

    Quisiera saber mas acerca de Hugo Rinker. Donde puedo encontrar mas informacion.

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